martes, 15 de noviembre de 2022
El convidado.
No
invites a los muertos
Puede
ser que se queden
Para
siempre.
1
Carmelita
y su hija Fanny, con asiduidad y tesón, instalaron en la sala de la casa un
bonito altar de muertos, las ofrendas correctas, en el lugar adecuado, según lo
marca la tradición mexicana para el dos de noviembre, día que se celebra ‘el
día de los fieles difuntos’, nombre apodado por la iglesia católica, pero que,
coloquialmente, llamados día de muertos.
2
Normalmente
la familia coloca las ofrendas a uno o varios familiares que han fallecido y de
quienes se guarda buen recuerdo. En el caso de la familia Vélez, el altar
estaba destinado al difunto esposo de Carmelita, cuya fotografía sencillamente
enmarcada, estaba colocada encima del altar.
El
hombre en la fotografía soy yo.
3
Las
tradiciones mexicanas son eclécticas, combinan las costumbres nativas con las
traídas por los conquistadores españoles. Esta mezcla se expresa en el altar de
muertos, amestizado. Detrás de esta fiesta macabra, subyace el concepto de que
los difuntos se presentan para recibir sus ofrendas.
4
Cuando
vivía como hombre nunca creí en esta ilusoria fantasía, lo entendía como una
costumbre, un homenaje, un recuerdo amoroso, de nuestros parientes, amigos,
héroes, próceres; fallecidos. Jamás pasó por mi mente que fuera posible que un
muerto regresara de donde se supone que esté; y mucho menos que consumieran los
productos, los cuales, quienes prepararon el altar de muertos, saben que nos
gustaban, cuando vivos.
5
Pues
aquí estoy. Miro a la que fue mi mujer y a mi hija, satisfechas con su
homenaje. Esperando lo imposible. Las veo, las percibo muy cercanas (lo son);
no reconozco la sala, ni las cortinas, ni los candiles. Soy un intruso, así me
siento. Y al decirlo me doy cuenta que pienso y siento emociones. Pero soy
invisible e intangible.
6
Estoy
pasmado, no poseo cuerpo físico, soy es una presencia consciente de sí. No
hallo qué hacer. Siento como que he penetrado en un sueño, pero, en un sueño de
otros.
7
Me
miro en la foto, tomada en 1953. Recuerdo dónde estaba yo y qué hacía. Me
pregunto en qué fecha estamos hoy, Carmelita ha envejecido y mi hija es una
mujer madura. ¿Por qué he venido hasta hoy? ¿Cómo lo hice? ¿Quién o qué me
trajo? ¿Hay algún motivo o propósito? Estoy confundido, atrozmente confuso.
8
La
mesa de las ofrendas me jala como un imán a un trozo de metal. No percibo mi
movimiento, al instante me hallo frente al altar, no puedo quitar los ojos de
mi vieja fotografía.
Pretendo
que huelo la fruta, el mole, no es verdad, no tengo olfato. Intento coger un
durazno, no puedo tomarlo, no tengo miembros, carezco de tacto. Veo que
Carmelita mueve sus labios, algo le dice a Fanny, quien asienta con una
sonrisa. No escucho sus voces.
¿Por
qué desperté de la obscura inconsciencia? Siento pavor y sorpresa. Nada
entiendo.
10
- ¿Sientes,
hija, cómo empezó a hacer frío? ¿Sentiste cómo pasó una corriente helada?–
Fanny asintió con la cabeza mientras se abrazaba.
- Ya
está aquí, Isidro. Lo puedo sentir – Fanny sonrió.