domingo, 25 de octubre de 2015
La corrección oportuna.
El taxi me dejó del otro lado de la guarnición que separa la vía rápida de la lateral que rodea a la terminal de autobuses. Pagué, bajé. Me colgué la computadora con la correa del estuche, caminé a paso veloz hacia la sala de salidas.
Iba
con el tiempo justo, pero me dio tiempo de comprar un combo de tres piezas de
pollo marca “Church”.
Llegué
a la puerta de salida justo cuando anunciaban el camión de las 19:45 con
destino a Xalapa, Veracruz. Me formé en la fila, localicé mi boleto en mi
billetera, lo puse en la bolsa de mi camisa, llegué al puesto de revisión y le
di al revisor la mochila con la computadora, el paraguas y la bolsa con el
pollo, mientras, una mujer policía me revisaba eficientemente todo el cuerpo
asegurándose que no portaba armas.
Recogí
mi mochila, el paraguas y la bolsa con comida y me formé en la fila de acceso
al autobús. El chofer revisaba personalmente cada boleto y anotaba en una lista
la coincidencia.
La
fila avanzaba con lentitud.
Entonces,
detrás de mí, escuché una voz alterada, era una voz de hombre que sonaba
colérica:
- ¡Te
odio, te odio a ti y a ella también la odio, los odio a los dos, les deseo la
muerte…gracias por arruinarme la vida!
Sin
pensarlo siquiera, llevado por una causa justa, me voltee, lo vi, era un hombre
joven vestido con aliño, con su rostro enloquecido, cogí el paraguas y le zurré
con gran velocidad cinco golpes potentes en la cabeza, cayó al piso y le di
otros cuatro golpes sobre las manos con las que se cubría la testa.
Las
personas de la fila estaban atónitas, sentía el estupor de la gente al
inclinarme ante el hombre caído, apoyándome en una rodilla, le dije, casi en voz
baja, pero, enérgicamente:
- ¿Ya
estás mejor?
Me
miró con azoro y moviendo afirmativamente la cabeza me contestó:
- Sí,
gracias.
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